Todo esto me
resulta un auténtico delirio. Todas estas calles abarrotadas de gente, apenas
se puede caminar. Esa mezcla irrefrenable que te inunda por completo, todas
esas excesivas fragancias a especias. Entre estas calles parece que los cinco
sentidos experimentan la mayor de las sensaciones. Los aromas te empapan de mil
emociones. Sus elegantes y coloridas vestimentas femeninas te sumergen en un
mundo de colores. La música procedente de algún punto concreto del mercado
resuena en mis tímpanos y hace que mi cuerpo entero sienta ganas de bailar. Esa
comida picante que hace que me arda la boca, pero que me encanta. Y mi mano
paseando sobre las telas que cuelgan de los tenderetes, sintiendo con mi tacto
nuevas texturas.
Le dedico una
radiante sonrisa a Adam, que camina silenciosamente a mi lado. A diferencia de
mí, que observo el lugar con emocionante expectación, él recorre con la mirada,
sin demasiado interés, las pequeñas tiendas que se extienden a ambos lados.
Todo esto me
parece paradójico. Yo, una chica de origen indio, pero que toda su vida ha
vivido en Inglaterra. Él, un chico de origen inglés, pero que desde apenas los
seis años vive en este inesperado lugar.
Dejando el
mercado atrás nos adentramos en la solitaria playa. Nos alejamos hacia los
grandes pedruscos que crean un saliente, donde el agua de las olas impacta con
fuerza contra las rocas. Nos acomodamos uno junto a otro, en silencio. Respiro
el aroma del mar, ese olor inconfundible, y observo el sol acercándose al
horizonte, tiñendo el cielo de un naranja rojizo que te envuelve.
-¿En qué
piensas? –me pregunta él en un susurro, con miedo de romper el ambiente
silencioso que nos rodea.
-En muchas
cosas –contesto-. Llevo un mes aquí y cada cosa que veo me sigue sorprendiendo
como el primer día –hice una larga pausa-. Recuerdo que cuando era una niña me
encantaba probarme los vestidos hindúes que tenía mi madre. Había uno de mi
hermana color azul que me apasionaba. Me lo probaba y me imaginaba aquí, en la
India; soñaba que me casaba y que todo era perfecto aquí –salgo de mi
ensimismamiento-. Pero entonces era solo una niña, ahora me doy cuenta de que
todo no son vestidos llenos de colores y bailes eufóricos. De un solo paso
puedes pasar de lo lujoso a la misma miseria, y el corazón se me encoge de verlo.
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